La tregua
- anabelah841
- 20 jun
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 30 jun
Marta se miraba en el espejo con la misma sensación de siempre: juicio. Los ojos se le iban a la barriga, las estrías, la flacidez de los brazos. Podía enumerar cada rincón de su cuerpo que no le gustaba, como si fueran errores que hubiera que corregir.
Durante años pensó en el realizar ejercicio para castigar todo eso. Para cambiarlo. Para encajar. Hacía dietas, rutinas, promesas que rompía a los pocos días y la llenaban de frustración.
Se dio cuenta que nada de eso funcionaba, porque todo partía de una guerra con ella misma. Y estaba cansada de vivir así.

Una mañana, al dejar a los niños en el colegio, decidió ir a correr. Sin reloj. Sin metas. Solo ella, sus zapatillas y la promesa de no exigirse nada. Simplemente probar y fluir.
Los primeros minutos le pesaban, no solo sentía ahogo y le costaba dar zancadas. También le pesaban las exigencias, las comparaciones, la culpa.
Pero siguió. Un paso tras otro. Sintiendo el aire fresco en la cara. Escuchando cada pisada y su respiración, que se calmaba a cada metro. Sintiendo cómo, por primera vez en mucho tiempo, su cuerpo no era un enemigo. Era el compañero perfecto para experimentar la vida.
Y entonces, sin darse cuenta, sonrió. Porque entendió algo que le cambió todo:
"No corro para cambiar mi cuerpo. Corro para agradecerle que sigue aquí. Que me sostiene. Que me lleva. Que me devuelve a mí".
A partir de ese día, Marta no corrió más para encajar en un molde, ni estar pendiente de números. Corrió para sentirse viva dentro de su piel. Corrió para reconciliarse.
Y en esa tregua, encontró una nueva fuerza.
La fuerza de quien ya no se maltrata… sino que se acompaña.

Recuerda que...
Tu cuerpo no es tu enemigo. No necesita que lo cambies para ser valioso. Solo necesita que lo habites, que lo escuches, que lo cuides. No por castigo. Sino por amor.
Correr no es una forma de huir de ti. Es una manera hermosa de volver a ti.
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